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Serie El Sitio del Honor

Fotoperformance, telas de la armada chilena, saco de dormir militar, costuras, objetos, cuerpo

2002

 

El aura bélica que ha ornado el ritual de éste a lo largo de su evolución (tanto dentro como fuera de la obra plástica, aunque siendo todo una sola obra, en un grado máximo), ha sido la autoinvestidura del guerrero. El cultivo obsesivo de la austeridad más un principio místico de masculinización. Sólo el hombre, nunca la mujer, está destinado a la condición de guerra.

Y es que la lucha es siempre sagrada, porque algo, una fisura ha desequilibrado el cosmos, y es a esta índole de guerrero a la que está encomendada la restauración del orden perdido. Prometeo, rapaz, le roba el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, por lo cual es castigado por Zeus a vivir encadenado mientras unas aves, rapaces, le devoran el hígado (unos buitres, cuya andinización habría de ser, naturalmente, un conjunto de cóndores), en tanto que el castigo a los hombres por hacerse poseedores del contenido de ese hurto es el envío de Pandora, esta especie griega de Eva que porta y desata todos los males sobre la tierra. Y el mal por antonomasia es la propia monstrización del hombre, la desesperación libidinal desatada por la presencia de Pandora entreabrible como una caja, esa tormenta que debe ser apaciguada y debidamente conjurada, una y otra vez, ad aeternum.

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