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EL ARTIFICIO DEL ESPANTO

Las nuevas estéticas de la confabulación

Residencia Espacio Christopher Paschall Siglo XXI

Bogotá, Colombia - 2018

 

 

Una cotidiana introducción

 

En el mega programa de vida que Víctor Hugo Bravo lleva consigo y que atraviesa toda su producción, existe toda aquella estructura que nos permite visibilizar los efectos de la cotidianeidad para develar al mundo un plan de higienización perverso, pero que, al estar a la vista se oculta bajo el manto de lo cotidiano de lo inofensivo y de lo que esta a la mano.

 

El día de hoy en su paso por la residencia de la Galería Christopher Paschall´s XXI de Bogotá, se ocupa de armar un trabajo instalativo de piezas de papel, objetos, videos, dibujos, pinturas y elementos reciclados, todo ello además con la peculiaridad que lo caracteriza −de llegar con una mochila sin más ni más− debido  a que el artista se empapa del contexto en el que trabaja tanto teóricamente como técnicamente y su manufactura emerge de la concepción del objeto cotidiano como elemento descartable en donde toda la infraestructura de las gigantescas instalaciones que produce, pertenecen al mismo lugar y sus alrededores.

 

Con un trabajo que yo dudaría en llamarlo instalación (a pesar que su forma es puramente instalativa) pero que tiene muchísimo que ver con las tomas de espacio, y que lo podríamos encajar en lo que una vez fueron los famosos site-specific art, debido a que el artista se empapa del lugar para enarbolar su proyecto crítico mediante el recurso que está a la mano, lo cual le permite ser más auténtico, además de contribuir con los elementos disonantes del entorno, sus marcas, sus utensilios, en definitiva su cotidianeidad.

 

Lo cual a su vez, logra analizar de manera crítica y cierra el círculo plástico-filosófico que le da a su trabajo el nivel de obra maestra, la misma que en esta ocasión se ocupa de tonificar la frecuencia de un territorio, cuyo entorno socio-político y espacial hace que broten casi de manera natural actores de una violencia encarnada (como son los mineros, los guerrilleros, los paramilitares y desde luego los narcotraficantes) a la cual Bravo se remite a poner el dedo en la llaga para recordarnos que estas historias no se pueden repetir. 

Para una nomenclatura del terror

 

En el interior de estas novísimas nomenclaturas del terror fundadas en los recónditos lugares de este mundo, la forma entendida como sustancia objetual que irrumpe en el espacio del vacío, se configura esta vez no como resultado de un acto estético (arte por el arte) sino mas bien como elemento basculante derivado de una práctica ilegal cuya visualidad no está dada por el placer de mirar tal cual, como lo es en el arte de galería de coleccionismo y de oficialidad, en este caso la figura como forma aparece por necesidad de enriquecimiento a toda costa, en un contexto de precariedad que se sustenta en la injusticia y los malos repartos de las economías de los países que de alguna manera se han volcado a lo que podríamos considerar los narco-estados.

 

La estética entonces surge ya no como placer sino como necesidad de un propósito, desde la visualidad de los sellos que marcan las familias de los narcos más poderosos para diferenciar cierta mercancía de la otra, hasta las compras exageradas de obras de arte en ferias −ya no para satisfacer el placer estético en su formato kantiano− sino como una suerte de acumulación para lavar dinero. En este caso la forma estética resultaría no de las obras pintadas, sino del acto acumulativo, la instalación de esas bodegas empolvadas en donde no se ve lo pintado sino una suerte de bastidores en un cumulo uno sobre otro de obras abandonadas y almacenadas esperando que su valor de mercado suba para ser sacadas a la venta: estética de la especulación o del lavado de dinero.

 

Este, a mi criterio, es el acontecimiento primordial que posibilita que el artista obedezca su instinto, en función de un propósito que va más allá de la pura denuncia, es la intención de fundar una estética que recopila esas formas, las cuales se producen bajo el puro manto de lo ilegal, cuyas intenciones son las de acumulación de capitales mal habidos (y en esto no se diferencia de la bolsa o de los paraísos fiscales) y que en su paso al enriquecimiento ilícito van desplegando ciertas formas que son acumuladas por Víctor Hugo para amalgamar la violencia producida, en lo que el ha dado en llamar el artificio del espanto. 

 

El glam-narco u otra manera de matar a Foucault

 

Un par de torres precarias, pero bellamente maltrechas como si la belleza dependiera de su infraestructura endeble, emergen en la instalación de Bravo, torres muy parecidas a las de los campos de concentración Nazi; mas exactamente los de Auschwitz y Birkenau, los cuales muy seguramente impactaron la retina del artista cuando en una residencia en la Universidad de Lodz −la cual nos tocó compartir en algún momento de nuestras vidas−, nos perturbaron por su vil majestuosidad, y que hoy el artista la reproduce en su formato más estéril, como una emulación de control, tal como si el panóptico Foucultiano tan reproducido hasta el sacio en estos momentos, no es más que una estructura que sirve −ya no para vigilar y castigar− sino para ejercer el simulacro baudrillano de estar ahí sin más que el desencanto de lo que fue y que por ello mismo ejerce el “efecto” de control, lo cual conspira con los formatos más macabros propios de la fronteras calientes, −por poner un ejemplo−  el límite México-norteamericano posee muros en casi un 90% de su línea fronteriza desde hace muchísimos años, mas solo la idea de poner un muro, según las declaraciones del actual presidente, espeluznan, no porque efectivamente se coloque el muro −que de echo ya existe− sino porque el acto de decirlo es en si un acto de nacionalismo, revanchismo y de discriminación, como si la palabra le sucede a las cosas y las cosas son nada más que la concreción estetizada del acto macabro de decirlo, en otras palabras el muro es lo de menos, no sirve de nada, lo que sirve es la enunciación pues eso acapara el frívolo sentido de satisfacción de sus votantes anglosajones racistas.

 Por otro lado, recordemos que en la época de lo que yo llamaría irónicamente el glam-narco, (así como el glam-rock ingles de los 70tas, en donde los roqueros pasaron a ser estrellas del glamour, del mismo modo, hoy gracias a las narco-novelas Pablo Escobar y sus acólitos son dueños de la atención mediática).

 

Efectivamente, en la época del glam-narco, mientras en aduanas se retenían y encarcelaban a las pobres mulas, con gramos del producto en el acto abyecto de ingerir y depositarlos en sus estómagos, el convenio perfecto de la CIA Norteamericana permitía que aviones de narcotraficantes embutan a los EEUU, 5000 toneladas semanales de cocaína con paquetes, parecidos a los ladrillos que Bravo coloca en el piso de su instalación, (y que hoy en día llevan una marca de producción), a cambio de que estos aviones a su retorno transborden armas ilegales a Panamá para alimentar el voraz terror que ejercían los contras en el gobierno de Noriega, simulacro perfecto de lucha contra las drogas.

 

Por lo dicho las torres son simplemente elementos estéticos cuya función ya no es la pretendida por el estudio Foucultiano de poder, sino mas bien y a pesar que poseen el mismo fin, hoy en día las torres según Bravo son elementos vacíos, sin guardias, objetos vaciados de su función, es más objetos endebles como caparazones evacuados que asustan porque siempre recuerdan a la gente la función para la que fueron creados en un principio, así como las torres de Auschwitz-Birkenau que sobresalen del campo en su límite vertical de tal manera que las puede uno ver desde todos partes, estas torres están ahí para recordarnos que la brutalidad del ser humano prevalece a pesar de que la historia nos ha demostrado de la peor forma lo que pasa cuando la violencia antecede a la razón, Bravo en este trabajo de alguna manera visual replica la muy conocida frase de Theodor Adorno: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie.” 

Hernán Pacurucu C.

 

 

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