Víctor Hugo Bravo
(Sin filtros)
Hernán Pacurucu Cárdenas, Ecuador
Yo no soy un hombre, soy un campo de batalla.
Friedrich Wilhelm Nietzsche
Si nos compenetramos en un análisis hermenéutico a profundidad sobre la obra de Bravo haciendo una parada estratégica en la serie denominada: El crepitar de los insectos, bajo la muestra: Lagarto, la maquina higienizante en Latinoamérica, nos podemos dar cuenta que la vía estratégica usada por el artista corresponde a la formulación estrictamente virulenta de su obra, la cual en forma de contagio pandémico ejerce presión sobre la psiquis del individuo que se atreve a mirarla, por tanto, “el virus Bravo” entra por contagio, sí, pero contagio visual (ya no respiratorio), visto así, la propagación pandémica es entonces expansión estética y su vía de proliferación es la vista, que afecta directamente a la psiquis, en una suerte de juego maquiavélico que remueve las entrañas y las vísceras de quien se arriesga a entrar en dicho juego visual, entonces, su programa estético que se funda en lo instalativo, rápidamente se transfigura en un “environment” total que prolifera hacia los otros sentidos de manera corrosiva, atribuida ya sea a la postura abyecta, sexual, pornográfica, grotesca o política, (o todas juntas) de sus imágenes, haciéndonos entender que con “el Virus Bravo” nada se encuentra a medias tintas.
Entonces, bajo ese mundo inmersivo propuesto en su trabajo, ausculta una razón política que adscribe de forma directa una masa crítica desbordante la misma que interpela al mundo en sus distintas vicisitudes.
Por lo que, en la obra: Lagarto, la maquina higienizante en Latinoamérica, el efecto repugnante de lo abyecto cuyo hastío adscribe el sentido mismo de lo real, se concibe, aun cuando esa hiperreal se configura vergonzante por el mismo hecho de que no permite engaños, estafas, menos aún maquillaje, ya que devela al mismo tiempo que incomoda.
No hay nada más real que mirar la sangre que sale de nuestro interior, nada más intenso que los fluidos, que el sexo en su versión más animal, nada más ofensivo en una sociedad mojigata que la verdad transformada en realidad, una realidad sin filtros, tal cual nos es dada, bajo los dominios de una filosofía estética a martillazos, siguiendo el programa nietzscheano a carta cabal.
Y es que efectivamente lo que Víctor Hugo Bravo nos presenta como programa estético muy suyo, y que podríamos confundirlo como un tratamiento visual agresivo, o un emplazamiento grosero y hasta violento en sus modelos instalativos, es todo lo contrario, pues, pretende ser algo que denominaríamos como una: filosofía estética sin filtros, que no solo se convierte en una forma peculiar del artista (asumida como su marca personal) sino lo más importante se torna en la manera más honesta de decir las cosas como son; sin la hipocresía contemporánea de lo ligero, desviándolas, maquillándolas o forzándolas quitándoles su grado crítico para no incomodar a nadie en estas suaves sociedades edulcorantes posmodernas.
Si me permiten una anécdota, un amigo sacerdote forjado en los mismos núcleos de lo que fue la teología de la liberación, y dialogando sobre las marchas en contra de las medidas antipopulares de este gobierno decía: antes nosotros marchábamos con banderas, no tanto por su símbolo patriótico, sino por el palo como instrumento de defensa y de arremetimiento en el caso de ser necesario, hoy en día los estudiantes marchan con sombrilla, protector solar y una botella de agua para no deshidratarse.
En el paso de las sociedades idealistas a las sociedades del sofá, lo que Bravo extraña es justamente el sentido crítico, por lo que toda su obra está sustentada en lo que podríamos definir como un grito desesperado que nos permita reaccionar frente a tanta ignominia.
No es gratis que Bravo trabaje con el desecho, sobre todo bajo dos vías, la primera el desecho como el objeto basura que nadie desea, mientras en la historia del arte lo que prima es el objeto como objeto del deseo y la objetualización del mismo para luego transformarle en sujeto, sujeto deseado, que es la razón misma de esa historia; el artista lo que hace es amasar los conceptos tradicionales del uso del objeto en pro de redefinirnos a partir ya no de su importancia, sino de su propio origen, es decir como basura, por tanto en Bravo el objeto no se eleva a nivel del arte, el arte baja al nivel del desecho, de lo no deseado, y es aquí donde entra la siguiente comprensión entendida desde otra arista, pero siguiendo la misma línea conceptual, el objeto desechado en este caso sería un desperdicio del mundo hipercapitalista en el que vivimos, entonces el artista está trabajando con lo más bajo de la escala social, con los parias, con los homeless, con los sin tierra, con los marginados, con los explotados, con lo que se considera la escoria del mundo, en ese sentido el objeto en el piso, es el objeto rebajado de todo su poder, el objeto como constituyente de las masas, el objeto fuera de su pedestal, a propósito en las zonas populares de Guayaquil existe lo que popularmente se llama el Mall del piso, cuadras enteras de objetos de dudosa procedencia que se exhiben en la calle, en el piso, a la manera de un gran centro comercial público, esto que en chile se llama el Persa y que adquiere varios nombres de acuerdo a la ciudad en donde se emplaza.
Entonces el objeto instalado junto con la gráfica de guiño comunista, (de ese comunismo rancio, del formato Europa del este), se convierte en el punto de partida en donde lo biológico se combina con lo político, tal como nos sugiere el artista en su texto de partida: “La distorsión de lo político y la deformación de lo biológico establecen un linde que desmitifica los estatutos y valores de la sociedad perfectamente alineados a los mecanismos de blanqueamiento de estado y las necro-políticas del poder como embrión de una sociedad cristalizada en la perfección, la pureza y el lustre de sustentar toda acción en la negación violenta del otro.” Y es precisamente ese punto álgido en donde lo político se entrecruza con lo biológico para que emerja bajo esas dinámicas (sobre todo en el lenguaje posestructuralista) aquello que Foucault denominaría como biopolítica, y que hoy en día se configura como política absolutista de los necro-estados en formación constante, muy a la mano de las autocracias tan constantes entre los brotes históricos de toda Latinoamérica.
Finalmente, el resultado del trabajo de Bravo no es más que el resumen real de una historia benjaminiana, la historia de los que no hacen historia, una historia no contada desde la narrativa poética de una escritura adornada, sino de la manera visual la cual no tolera aderezos; pero al mismo tiempo la historia de los desvalidos, solamente que, contada de la única manera posible, de la manera más cruda y real, sin filtros, sin maquillaje y sin concesiones.
Y en este sentido Víctor Hugo Bravo en su proceso creativo no es un hombre, es un campo de batalla.
Hernán Pacurucu C.
Actual Director Ejecutivo de la Bienal de Cuenca
Curador de Off Arte Contemporáneo
Curador de Bienal Nomade
Director académico del Congreso Internacional de Teoría,
Filosofía y Crítica del Arte Contemporáneo